El primer texto en el mundo dedicado a García Márquez

Este cuento de José Luis Díaz-Granados (entonces un niño de 13 años) fue publicado en el “Dominical” de “El Espectador”, dirigido por Gonzalo González (GOG), el 27 de diciembre de 1959. Especialistas en la obra de Gabriel García Márquez, como Jacques Gilard y Eligio García Márquez, entre otros, han reconocido que éste es el primer texto en el mundo dedicado al fabulista de Macondo. En 1959, Gabo vivía en Bogotá y trabajaba en la Agencia Prensa Latina. Su primo José Luis Díaz-Granados lo visitaba tanto en su casa de la Carrera 5ª con Calle 59 como en su oficina situada en la Carrera Séptima Con Calle 17. He aquí el texto del cuento, tal como salió en el magazine, con los errores gramaticales y de redacción propios de un niño de su edad.



UN DÍA ANTES DEL VIAJE

Por José Luis Díaz-Granados

A Gabriel García Márquez

Mi abuelo se estaba preparando un viaje a la costa que debía efectuarse al día siguiente. Sus manos arrugadas de viejo guerrero parecían desaparecer de vez en cuando al colocar sobre un viejo maletín sus papeles. Vi meter dentro de ese maletín unos papeles amarillentos y carcomidos que parecían ser documentos históricos del siglo pasado. Antes de meter algún objeto lo examinaba cuidadosamente. Iba a meter un cuadernillo azul, pero se arrepintió.

—Tome —me dijo—. Lea este libro escrito por mí.

Yo lo recibí y le dije:

—Gracias. Debe ser muy interesante. ¿De qué trata?

—No pregunte. Léalo.

Siguió metiendo cosas al maletín y también botaba. Hasta ese momento me di cuenta que mi abuelo había recibido el título de teniente coronel a los 20 años. “Después sigue coronel —pensé—, luego general, mariscal…” Eso me quedó sonando.

—¿Usted ha matado gente? —Le pregunté.

—¡No! ¡Cómo se le ocurre!

—¿Pero en la guerra?

—Seguro. No recuerdo.

Seguí hojeando el cuadernillo y vi que mi abuelo cerró el maletín. Luego se dirigió a una mesa donde se encontraban otros papeles.

—¿No le da miedo viajar solo?

—Oh! Sí a mí me han pasado las balas zumbando.

Luego se inclinó en la mesa y se cambió los espejuelos.

—¿Y qué comía en la guerra? pregunté.

—Perro muerto.

—Y ¿a qué sabe el perro muerto?

—A perro muerto.

—Ja, ja, ja.

Miré el reloj y vi que eran las y diez y media de la noche. Mamá estaba en su cuarto escribiendo cartas. Luego salió del cuarto con varias cartas.

—Esas son para Juana, Luisa, la niña Pacha y el pobre Rafa —dijo.

—¿Cuál Rafa? —preguntó mi abuelo.

—Pues el negrazo que nos vendía hielo. Le mando un billetico.

—Ah! Ya lo recuerdo.

Seguí hojeando el cuadernillo y me llamó la atención este refrán:

Santo: Pedro.

Seña: Pulido.

Contraseña: Pide.

Señal de combate: Combate.



Se lo mostré a mi abuelo y él me dijo:

—Esa es una señal de combate que yo me inventé inspirándome en el valor del general Pulido, quien murió en el combate de Los Playones.

—Deja a papá en paz —dijo mi mamá.

—No —dijo mi abuelo—. Déjalo que me haga preguntas.

Miré de nuevo el reloj y vi que eran las 11. Mi abuelo se acostó y yo me dirigí hacia mi cuarto para también acostarme y mamá hizo lo mismo.

—Caray —pensé—. Mi abuelo fue teniente coronel a los 20 años y ahora tiene 77 y todavía lo es. ¿Por qué?

Al otro día mi abuelo voló para la costa.