La dictadura de la democracia

Los domingos siempre son mediocres, cenicientos y cargados de admoniciones letales, como una mina de pólvora que está escondida en el vientre de un paisaje de apariencia idílica. Pocos son los lunáticos que se atreven a defender este día salvaje, inoculado de tedio, de spleen, cuyos argumentos barrenan con frecuencia el organigrama imperial del optimismo.
Pero el domingo 27 de septiembre de 2009 quedará registrado en nuestra memoria como uno de los más aterradores, porque además de que estaba recorrido por la sempiterna savia trágica, se constituyó en una nueva prueba de que atravesamos un periodo aciago, mezcla de positivismo equívoco, nadería mental, oportunismo histórico, e inconsciencia colectiva: en síntesis, una reedición de la patria boba. En esa fecha ineluctable asistimos a lo que no sería necio llamar la dictadura de la democracia, esa forma post-moderna de la tiranía que, a cambio de mazmorras o leyes marciales, santas inquisiciones o furibundas purgas, manipula a sus vasallos con la antigua y maquiavélica sabiduría de la alienación. En las tiranías “sinceras” al detractor se le enfrenta con los recursos de la cárcel, el oprobio y la carnicería, mientras que en las tiranías “Indirectas” –sin renunciar a estos convincentes recursos- se lo anula haciéndolo mercancía de comercio de almas, un remate de tontos útiles.
En un país recorrido por el escándalo, y donde el delito cometido por las esferas sociales más poderosas con la aquiescencia y la mirada alcahueta de sus gobernantes, es comidilla de la opinión internacional, una nación con un alto índice de violación a los derechos humanos, y donde la pobreza clásica está desapareciendo en manos de la miseria absoluta, el consenso, ese fantasma que está en todas partes y en ninguna, se pronunció tácitamente a favor del poder imperante, con un gesto metafórico fácil de leer y muy difícil de interpretar.
Primero, los inconscientes colectivos hicieron una venia al vigoroso presidente Uribe, para demostrarle que irán con él –como hicieran alguna vez los italianos, los alemanes y los chilenos con sus sendos tiranos- hasta las últimas consecuencias de su gestión irrevocable. Segundo, lograron algo que asombra: que la izquierda también diera un viraje a la derecha.
La escasa votación habla por sí sola y solidifica unas intenciones napoleónicas que tampoco parecen alarmar a nadie. Tercero, cierra las puertas de la confrontación ideológica, y de esa manera clausura con doble llave las posibilidades de la verdadera democracia. Sospechamos que el proyecto triunfador de la izquierda funda un esperpento: los dos lados de la mesa están casi de acuerdo. ¿Qué importancia tiene entonces la polémica, el vigoroso intercambio de ideas, la inteligencia, el diálogo? La ironía parece responder: Cerremos filas en el Polo para reelegir a Uribe.