Adonis, el eterno candidato al Nobel

Cada año, cuando el misterioso y no siempre agudo jurado de Estocolmo saca a la luz el nombre del nuevo Nobel de literatura, un grupillo de fervorosos de la poesía vuelve a sentirse defraudado ante la derrota de Ali Ahmad Said Esber, quizá el más grande de los hacedores de versos del mundo árabe contemporáneo. Su merecido premio, convertido en una espera sempiterna se ha transformado también en la prueba de que los hombres modernos se decidieron por la prosa, es decir por lo prosaico.

Nacido en Al Quassabin, al norte de Siria, este artista ha tomado el perfil de un coloso de las letras, aunque en principio pocos le hubieran prestado atención, razón por la cual se decidió a cambiar su nombre de pila por un seudónimo. Desde entonces su palabra ha sido ni más ni menos que un laboratorio perpetuo para investigar la sensibilidad, el drama y la epopeya de los hombres. Sus palabras están bañadas de una pureza y una fuerza que recuerdan, como quería Huidobro, el vagido original del Universo, y su vida ha sido errante, afincada principalmente en Francia y El Líbano, y muchas veces ha estado contaminada por la desgarradura que labran para nosotros la política y la temible historia.

Su principales poemarios son: Canciones de Mihyar el de Damasco, Epitafio para Nueva York, Libro de las huídas y mudanzas por climas del día y de la noche, Homenajes y Este es mi nombre.

Pero, no contento con su titánica producción poética, Adonis se aplica en sendos libros de ensayo y crítica literaria entre los que destacan Introducción a la poesía árabe o Sufismo y surrealismo. Adelante una deleitosa muestra de la poética de este eterno candidato.



Espejo del trineo negro

Tú dijiste: mi rostro es navío,

mi cuerpo una isla,

y el agua, órganos anhelantes.

Tú dijiste: tu pecho es una ola,

noche que fluye bajo mis senos.

El sol es mi prisión antigua,

El sol es mi nueva prisión.

La muerte es festín y canto.

¿Me has oído? Soy algo más que esta noche,

algo más que su lecho suave y luminoso.

Mi cuerpo es mi manto,

tela cosida con mi sangre.

Me he perdido

y en mi cuerpo estaba el extravío...

He regalado los vientos a las hojas,

dejé tras de mí mis pestañas,

de rabia jugué al enigma con la divinidad

y viví el evangelio de amamantar

para descubrir en mis ropajes

la piedra itinerante.

¿Me has reconocido? Mi cuerpo es mi manto,

la muerte es mi canto y el palacio de mis escritos,

la tinta es para mí, tumba y antecámara,

mapamundi cortado por la desolación

en la que el cielo envejeció,

trineo negro, guiado por llantos y sufrimiento.

¿Me seguirás? Mi cuerpo es mi cielo,

he abierto ampliamente

los corredores del espacio

y dibujé tras de mí mis pestañas,

caminos que llevan hacia un ídolo antiguo.

¿Me seguirás?

Mi cuerpo es mi camino.