Sobre el artificio de Fernando Denis

Por Gabriel Arturo Castro*

Ante la aparición del último libro de un poeta mal llamado “maldito".



Fernando Denis ejemplariza una tendencia preocupante en la poesía de nuestros días: la creación es un acto puramente literario, producto de un ensamble mecánico, estilístico y racional que no se transforma en un medio de creación de mundos auténticos, mediante una fuerza fundadora propia, novedosa y original. Su escritura es epigonal, pero los lectores snob de la literatura de Denis han elogiado su perfección formal, la simetría, el ingenio, el culto por el idioma y el estilo, sin detenerse en su artificio de imitación, lugar donde pierde su carácter individual y se torna una repetición de gestos de otros, versos reciclados, contrahechos, emulados, trasladados de sus lecturas sin la mediación del lenguaje personal. La literatura de Denis no está encarnada en el hombre ni pertenece a una experiencia vital, interior, propia e irrepetible.

Escritura paródica que falla en su elemental componente: el origen, la huella de la reproducción, una especie de tautología obsesiva o escritura jeroglífica que jamás se reactualiza, ni se descifra o evoca de nuevo para “tener algo que decir”. Así la escritura no crea, desarrolla o fabrica lenguaje propio que le impida repetirse por segunda o tercera vez. No posee el carácter inolvidable de la individualidad, su sello, impronta, huella única. Peter Sloterdijk diría que “nada se consigue exhibiendo simplemente las viejas marcas”, la señal simulada, afectada, falsa cicatriz, porque “la poesía habla de las marcas realizadas a fuego en el alma, de los caracteres grabados bajo la piel”. La literatura de Denis se convierte en arbitrariedad y retórica decorativa, elemental soporte de un ensamble eficaz, un truco que no impulsa ni comunica y que tampoco fecunda la imaginación, porque al imitar, al remedar, al no ser creador de lenguaje, lo descrito no poseerá una convicción honda, verbo desafiante, drama, exaltación, sino una convención formal, inesencial, sin pulsión ni seducción.

Porque, recordando a Miguel Delibes, algunos poemas se fraguan a temperatura propicia y otros no; en unos interviene el genio, el talento, y en los otros únicamente el oficio de la compilación y el acople.



*Poeta, ensayista, ganador de los concursos nacionales Aurelio Arturo y Ciro Mendía