Juan Rodolfo Wilcock

Se trata de un escritor secreto, bello y extraviado durante mucho tiempo, leído con entusiasmo por pequeños cenáculos, logias y sociedades secretas, y el autor de La Sinagoga de los iconoclastas, verdadera joya de la literatura contemporánea, novela de una inteligencia y un sentido del humor apabullantes. Disquisiciones metafísicas y patafísicas, devaneos filosóficos, humor implacable, registro de la experiencia singular de los seres humanos capaces de adelantar proyectos de apariencia suicida y exuberante poética, esculpen esta obra, rara avis de ciento setenta y dos páginas, pero que resulta definitiva para desentrañar los escarceos del escritor moderno, su oposición al racionalismo grosero y su aspiración de labrar un mundo donde la imaginación se transforme en vaso comunicante hacia la esquiva libertad.

En la Sinagoga de los iconoclastas asistimos a la travesía vital de una serie de personajes obsesionados, que no temen a las consecuencias de perseguir sueños desaforados, volcánicos y no pocas veces terribles.

Wilcock fue amigo de Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, y con ellos viajó a Italia, nación que lo deslumbró al punto de afincarse para siempre en ella y hasta cambiar de idioma. Así la fulgurante Sinagoga de los iconoclastas fue escrita en italiano, al igual que la mayor parte de sus libros.

Nació en Buenos Aires en 1917 y murió en Lubriano, Italia, en 1978. Traficó la poesía, la crítica, el cuento y la novela, y, además de su obra maestra, vale la pena citar los siguientes títulos: El estereoscopio de los solitarios, Hechos inquietantes, Paseo Sentimental, El caos, El libro de los monstruos, Los dos indios alegres y El templo etrusco.

AGRIMENSOR BENE NIO

Es notable la cantidad de partes y de órganos que puede perder una persona y aun así seguir incólume, o casi. Como una estatua antigua, con apenas cincuenta y cinco años de edad el agrimensor Bene Nio ya ha perdido las piernas y los brazos, buena parte de la pelvis, el hombro derecho, además le falta casi toda la mitad izquierda de la cabeza y también el ojo y la oreja derechos, y por eso ya no ve ni oye; le ha desaparecido la nariz, y la lengua -o lo que queda de ella- está parcialmente al descubierto y se le ha endurecido de modo tal que no se entiende bien lo que dice. Vive sentado, si puede decirse así, en una especie de silla de ruedas que parece más bien un carrito para hacer las compras, y dentro de este carrito, embutido y atado para evitar que se caiga, está el agrimensor Nio. Manos solícitas lo llevan de un lado al otro, oídos todavía sanos escuchan sus órdenes y las interpretan; porque el agrimensor, afecto desde siempre a las tareas del campo y a los nuevos métodos de avanzada, es hombre de una actividad envidiable. Es dueño de una serie de cañadas, montes y barrancos en el Alto Lazio, terreno arcilloso y friable que el agrimensor Nio se ha propuesto sanear con numerosos proyectos que le ocupan todo su tiempo. Antes que nada, el proyecto de irrigación, que se nutre de dos grandes manantiales permanentes existentes en la propiedad y que en pocos años promete transformar esos desiertos en una tierra prometida. Luego, el proyecto de forestación que, con la ayuda de la Dirección Forestal, transformará en pocos decenios esa tierra prometida en un jardín colgante. Mientras tanto el agrimensor Nio está haciendo cercar todo con sólidos postes de cemento y con una red de dos metros de alto, para después meter dentro toda clase de animales y de aves exóticas, y transformar ese jardín colgante en un Edén. El proyecto de riego prevé una hermosa piscina olímpica para uso particular del agrimensor (o de lo que queda de él), ya que el agua de los manantiales es más que abundante. Después construirá, en los puntos más panorámicos, media docena de pabellones de caza o de descanso, comunicados entre sí por cómodos senderos asfaltados; todos contarán con luz, teléfono y demás servicios indispensables para la vida moderna. El agrimensor Nio piensa terminar este paraíso en apenas veinte o treinta años, luego de lo cual espera vivir allí: después de todo aún es joven.