Correspondencia entre Rilke y Balthus

Una de las complicidades más fructíferas de la historia del arte, fue la que existió entre el al poeta Rainer Maria Rilke y el pintor Pierre Klossowski, planetariamente conocido como Balthus. Rilke, quien fuera amante de la madre del gran pintor, fungió como tutor espiritual de éste durante sus años de convivencia. A continuación dos de las cartas que el poeta dirigió a su amigo, y donde la reflexión, la hondura metafísica y la desbordada creatividad se revelan. Un par de verdaderas joyas epistolares que nos sirven para sazonar nuestra gran encuesta virtual.



Castillo de Muzot-sur-Sierre, Valai. (16 de enero de 1922)

Mi querido amigo B... Le debo una buena carta por la suya de Navidad y otra a Pierre por la suya: pero no será la de hoy. He escrito demasiadas; mi pobre pluma parece haberse achatado a fuerza de realizar tan largos paseos casi por todos los países de Europa e incluso más lejos; y quisiera tenerla descansada para su ejercicio “in situ”: el trabajo, que debería ser su gimnasia preferida y diaria.

Pero es preciso cuando menos, querido amigo, que le dé las gracias, y muy encarecidamente, por esas páginas que me ha escrito. Me ha parecido muy hermoso el pequeño adorno chino; después de éste -estoy seguro habrá hecho otros; ¿se está realizando el encargo?

Aquí todo transcurre como de costumbre y yo bendigo esta regularidad de la cual tenía tanta necesidad para poder reemprender mis trabajos y mis pensamientos, todos ellos como de otro tiempo en un mundo que no deja de correr. ¡Y su querida madre enferma! ¿Está mejor ahora? Ella dio una sorpresa tan admirable y conmovedora con la acuarela improvisada que esbozó sobre la vieja fotografía de mis padres. Son asombrosos el encanto, el estilo y, por añadidura, la justa semejanza que ha sabido evocar al reproducir esas formas entreborradas y un poco imprecisas; se trata de una obra verdaderamente inspirada y aún sigo asombrándome al admirarla cada día. Dios mío, si los tres reencontraran de nuevo las condiciones que les permitieran a cada cual hacer aquello de lo que es capaz... Si se les diera un poco de espacio y les abandonara todo inútil desánimo...

¿Le ha hecho llegar Rothapfel (desde Heidelberg) los originales de Mitsou? (Me lo había prometido así). ¿No se han estropeado demasiado? Casi cada día me trae una nueva carta (le enseñaré las más interesantes) que me habla amablemente de Mitsou; yo lo distribuí ampliamente entre Navidad y Año Nuevo.

Así pues, mi tan querido B..., ánimo: el invierno pasará; con la primavera regresan las ideas claras y saldrá usted de debajo de las nubes berlinesas. Muchos recuerdos a Pierre; estoy encantado de haber acertado con su gusto al enviarle el pequeño volumen de Gide. Mi querido colaborador, su amigo siempre.



Castillo de Muzot-sur-Sierre. (Junio de 1926)

Mi muy querido B..., Entonces es cierto que va a viajar pronto a esa bella Italia que tengo a sólo dos pasos de mi casa, ¡sin que dé nunca esos dos pasos! Se me espera en Milán, en Venecia, en Florencia, y tengo en mi pasaporte el visado que necesitaría, pero yo ya no soy “el hombre viajero”: todo me detiene y ningún tren, ni siquiera ese grande y rápido, color de abejorro y con todos sus letreros que veo pasar diariamente desde mi balcón de Bellevue, despierta en mí el menor atisbo de tentación. Acabaré por tener pequeñas raíces barbadas y hará falta venir a regarme de vez en cuando (pero no demasiado: pues eso me traería a la memoria la sensación de tener los pies fríos).

Mi querido amigo, quería decirle que no parta sin enviarme su Poussin (o sea, el mío, lo digo con orgullo). Es como si mis paredes hubieran cambiado de traje para recibirlo dignamente; tan bonito se ha puesto esta vez el cuarto con los tableros verdes de mi invención que no quisiera volver a colgar en su lugar los viejos grabados (a pesar de que los echaré de menos por la tan grata compañía que me hicieron).

Me gustaría, B..., conocer su opinión sobre el asunto de la iglesia de J. M. Sert, actualmente expuesta en París. ¿Ha visto esas decoraciones y suscribiría el artículo de Claudel que le adjunto (¡quien por cierto hay que ver lo magnífi camente que se expresa a veces!)? Según él, habría, pues, una pintura de nuestro tiempo que ha logrado aquel milagro de crear un forro entero de pintura en el manto de Dios. Sólo un español o un ruso podría, en nuestra época, ser capaz de una tarea tan enorme, de tal compendio de pintura que debería ser una suma de vida y de fe. ¿Me dirá unas pocas palabras al respecto? Si no le disgusta demasiado tomar un momento entre sus dedos una humilde pluma en lugar de un pincel, mándeme noticias de vez en cuando, también cuando esté en Italia. ¿Adónde irá primero?

Sé que ha aparecido el Malte [Los cuadernos de Malte Laurids Brigge de Rilke] en francés pero todavía no he visto ningún ejemplar; quiero telegrafiar a Betz sobre este asunto...

Muchos recuerdos afectuosos a los tres. Un abrazo muy fuerte.



Artemisa Ediciones. Traducción: Juan Andrés García