Anais Nin

CARTA AL PORNÓGRAFO

Exploradora pertinaz de la mujer enterrada debajo de las convenciones y la parodia social, aguerrida erotómana hambrienta de ternura y de novísimas realidades, ángel perverso pletórico de angustia y deseos, y sobre todo, una vanguardista con memoria, Anais Nin representa un fulgor, una hoguera indócil en el sumario de belleza que nos legó el siglo pasado.

Nació en Neuilli, Francia, en 1903 y dejó de respirar en Los ángeles, California, en 1977. Sangres diversas confluían en sus venas: era hija de una serpenteante bailarina cubana de origen danés, y de un obcecado pianista habanero de descendencia catalana. Aunque sin adscribirse completamente a ninguna disciplina intelectual o credo literario, Anais se aproximó al surrealismo, al psicoanálisis, la magia, el periodismo, la novela y hasta a la impertinente blasfemia. Sus amores con Henry Miller hacen parte de las grandes leyendas románticas de todos los tiempos. También fue amiga de creadores y vigías libertarios, como David Herbert Lawrence, Antonin Artaud, Otto Rank, Goré Vidal, William Burroughs, Edmond Wilson y del inolvidable Lawrence Durrell.

Pese a que en su copiosa producción existen grandes novelas –Invierno de Artificio, La casa del incesto o Delta de Venus- lo que la catapultó como rutilante deidad fueron sus diarios, escritos ininterrumpidamente desde los siete años hasta el instante de su muerte, y que son un calidoscopio de emociones, donde lo femenino se revela en toda su inquietante hondura y el erotismo, su tema y obsesión central, es explorado con una profundidad teológica.

La siguiente carta, escrita de manera visceral y con absoluto desprecio, se la envió al despuntar la década del cincuenta a un misterioso coleccionista de pornografía que la contrató, junto a Miller, sin dejarse conocer, para que ambos le labraran cuentos y ficciones de tema sexual, y en lo posible escabrosos. El anónimo sátiro les pagaba un dólar por cada cuartilla, únicamente para deleitarse con lo evidente y vulgar, despreciando las acotaciones humanas, poéticas, religiosas, literarias o amorosas. Ella, hastiada, y renunciando a la paga, se vengó con esta pequeña joya.



“Querido Coleccionista: Le odiamos. El sexo pierde todo su poder y su magia cuando es explícito, rutinario, exagerado, cuando es una obsesión mecánica. Se convierte en un fastidio. Usted nos ha enseñado más que nadie sobre el error de no mezclar sexo con emociones, apetitos, deseos, lujuria, fantasías, caprichos, vínculos personales, relaciones profundas que cambian su color, sabor, ritmo, intensidad.

No sabe lo que se pierde por su observación microscópica de la actividad sexual, excluyendo los aspectos que son el combustible que la enciende: intelectuales, imaginativos, románticos, emocionales. Esto es lo que le da al sexo su sorprendente textura, sus transformaciones sutiles, sus elementos afrodisíacos. Usted reduce su mundo de sensaciones, lo marchita, lo mata de hambre, lo desangra, lo degrada.

Si nutriera su vida sexual con toda la excitación y aventura que el amor inyecta a la sexualidad, sería el hombre más potente del mundo. La fuente del poder sexual es la curiosidad, la pasión. Usted está viendo extinguirse su llamita asfixiada. La monotonía es fatal para el sexo. Sin sentimientos, sin inventiva, no hay sorpresas en la cama: El sexo debe mezclarse con lágrimas, risas, palabras, promesas, escenas, velos, envidias, todos los componentes del miedo, viajes al extranjero, nuevos rostros, novelas, historia, sueños, fantasías, música, danza, opio, vino.

¿Sabe cuánto pierde por tener ese periscopio en la punta de su sexo, cuando podría gozar un harén de maravillas distintas y novedosas? No hay dos cabellos iguales, pero usted no nos permite perder palabras en la descripción del cabello; tampoco de los olores, pero si nos explayamos en esto, usted chilla: ¡Sáltense la poesía! No hay dos pieles con la misma textura y jamás la luz, temperatura o sombras son la misma. Nunca los mismos gestos, pues un amante, cuando está excitado por el amor verdadero, puede recorrer la gama de siglos de ciencia amorosa. ¡Qué variedad, qué cambios de edad, qué variaciones en la madurez y la inocencia, perversión y arte…!

Nos hemos sentado durante horas preguntándonos cómo es usted.

Si ha negado a sus sentidos seda, luz, color, olor, carácter, temperamento, debe estar ahora completamente marchito. Hay tantos sentidos menores fluyendo como afluentes al río del sexo, nutriéndolo. Sólo la pulsación unánime del sexo y el corazón juntos pueden crear éxtasis.”