Hojas sueltas No 11

La revista más notable de poesía del Huila llega a su No 11. Reproducimos el editorial del poeta Esmir Garcés, director de la misma.

Mientras el gallo dormita en el árbol, su cántaro, que está en su cuerpo, se va llenado de rocio: gota a gota hasta desbordarse en un grito. Esta gran revelación del poeta venezolano Eugenio Montejo, en el poema “El canto del gallo”, nos a sombra pero a su vez nos advierte, que entre el binomio de lo oscuro y lo blanco, el gallo es tan sólo el equilibrio del universo. El no haber canto, la humanidad se negaría así misma; es decir; el gallo sería el anuncio cíclico de la vida y la muerte. Inicio este número once de la revista Hojas sueltas de literatura, rindiendo homenaje a la poesía de Montejo. Valga esta invocación para hablar sobre los poetas, que en esta oportunidad nos acompañan en la presente edición.

Guillermo Martínez González acude a la infancia recobrada, a la estrella lejana con su huella de oro, a los caballos blancos que galopan por el alba, a los cantos que devoran con furia la oscuridad y que se ocultan como los relámpagos. Esta delicada pero contundente poesía nos demuestra que el poeta es, ante todo, el hacedor de las cosas. Su poesía adquiere una firmeza y una fuerza en el lirismo, extensos ríos por entre los bosques de las palabras. Cada verso se hace memoria y se hace fuego en las manos del herrero.

Jorge Cadavid presenta una muestra de poemas del libro Tratado de cielo para jóvenes poetas, recientemente premiado por la Universidad de Antioquia. Hay una clara sucesión o herencia de libro Cartas a un joven poeta, de Rilke; Cadavid, como Rilke, manifiestan el misterio y los avatares que rodea la creación poética; en este caso, el oráculo viene siendo la palabra, revestidas por la geografía de las imágenes y de los sonidos. Cadavid nos dice que en ciertas ocasiones el poeta debe ser un dios, habitante de los abismo de la lógica y de los libros vacíos: “Poner la frase despacio / para que la tórtola / no se aleje volando / Tal es la lógica del verso / poner palabras como granos / en la mano iluminada”.

Iván Beltrán Castillo se mueve entre el periodismo, el cine y la poesía. En 1989, ganó el Premio Nacional de Poesía, Bogotá 450 años, con el poemario titulado Invención de la ciudad. Como si se tratara de unas secuencias de imágenes cinematográficas, Iván metaforiza a Bogotá, la ciudad tiene heridas de animales rabiosos, huele tierra prometida; el poeta nos muestra que Bogotá tiene una verdadera marca, que es la imborrable cruz del desencuentro; que en su lengua de cobre deja oscuras cicatrices en los huesos; que la ciudad es una muchacha dormida. Iván poetiza las raíces de Bogotá desde los llanos de sus piedras y sus jardines secretos.

Flóblert Zapata Arias lamenta la muerte desde el Ataúd tallado a mano. Elabora el tratado de la muerte desde conciencia del poeta; así mismo, Flóblert enumera una serie de cosas que se requieren antes de morir: “apagar con especial cuidado el último cigarrillo // Aprovisionar queso, / jamón, pan fresco y leche en la despensa // No muy seguro de que algún día regreses / bueno es de todos modos / dejar todo dispuesto, por si acaso”. La incertidumbre de la partida, esa cita innegable que se ha de acudir tarde que temprano, en la quina próxima, en una fiesta, en una clínica o en las almohadas. El poeta anuncia que la muerte es como salir a caminar… sólo que no se regresa.

La poesía de Santiago Mutis la precisión de la imagen y del ritmo sirven de escudo al lenguaje poético. El verso abre paso a los caballeros que defiende lo invisible y a los alquimistas que reclaman su luz, convirtiendo el tiempo en fuego. Hay magia y secreto, exploración de mundos cercanos; árboles que se convierten en pájaros; brisas de luz que se rompe contra el muro blanco para dar paso al domingo, un día ensimismado. Aunque encontramos la quietud en los versos, en sus sótanos bullen torrentes de lava, ramajes íntimos anclados en la tierra: “Roja / luna / sola / y santa / volando sobre ese fuego / que es el tiempo.

Estos cinco poetas nos demuestran que la poesía colombiana no está en crisis, como lo auguran algunos, o en casos peores, que no existe poesía en el país. Aceptar estos comentarios sería negarnos, negar lo que hacemos, negar la región o la ciudad que se habita; pues cada siglo arroja a los poetas necesarios para que puedan dejar los testimonios sobre la vida, el amor y la muerte; también es cierto, que cada siglo deja en los anaqueles una estela de poetas para la humanidad los recuerde o los olvide.